Con una edición elegante y bella, Relatos 2012 consigue recobrar la fe en los concursos literarios. Es un libro que no sólo contiene excelentes narraciones, sino que su formato añade un placer extra a leerlo. Sin duda este concurso de relatos debiera convertirse en el ideal a seguir de muchos otros que abundan en nuestro país. Aquí una reseña doble.
El milagroso regreso (Premio Relatos de Zaragoza 2012), cuento de José Luis Enciso, se ha impreso en el volumen 69 de la colección Cultura Popular editada por el Ayuntamiento de Zaragoza (España) junto con otros dos (Los perros ladran de noche, de Daniel Dimeco y Dios no está con nosotros porque odia a los idiotas, de Miguel Ángel González). Se trata una hermosa edición en pasta dura, papel de 120 gramos y formato media carta, que no deja de llamar la atención dada la crisis económica por la que atraviesa España desde el 2008 y que este año ha sido particularmente drástica y golpeado severamente a la industria editorial de ese país.
El cuento de Enciso adscribe su narración a un imaginario que el lector mexicano medianamente informado, vinculará a una triple dimensión del México contemporáneo: el pueblo, el narcotráfico y la religión católica. Aunque habría inmediatamente que precisar: no es ni un cuento sobre lo rural, ni está emparentado con la denominada “literatura del narco”, ni tampoco se trataría de una especie de recuperación de la literatura neocatólica.
La trama está integrada por un súbito profeta (Wencho), un cura briboncillo (el padre Cleto), un conjunto de maleantes (otro sacerdote, un licenciado y sus secuaces del hampa) y un pueblo (Santa Rita) ansioso de creer en la venida del Jesucristo. Esta engañosa transparencia en la estructura narrativa, no debe hacernos caer en un juicio precipitado que se anticiparía con un déjà vu. Aquí también hay que volver a acotar que tampoco se trata de un relato milenarista, tan en boga en cultos y seudoreligiones que pronostican inclementes catástrofes para este año y auguran renacimientos de Mesías y más Mesías. Ciertamente estas aristas narrativas hacen pensar que Enciso juega con fuego en su cuento, pero para fortuna del lector mantiene la sana distancia. No cae en el previsible y fácil recurso religioso ni en la monolítica narración sobre nuestros “pueblos mágicos” y sus costumbres. Diríamos que sus personajes no están divididos entre buenos y malos, sino que todos intentan extraer algún beneficio de los pronósticos del repentino profeta Wencho.
Lo que destaca en la prosa de Enciso, es un fino hilo de ironía y humor que el lector debe estar atento para que no se le escape por la transparencia de su prosa y que fundamenta la distancia antes aludida. Una ironía y un humor que aquí y allá están reforzados por analogías que proceden más de la poesía que de la prosa (“ojos al tamaño de un par de fríjoles”, “saltaron como hormigas”, “saltamontes paliducho”, etcétera).
Porque la descripción que el autor del cuento ganador nos pinta del fingido Jesuscrito es tan deliberadamente falsa que cae en el ridículo: “Su atuendo, las heridas en sus manos con sangre que hacía recordar el esmalte de uñas, la izquierda en el pecho y la diestra en señal de bendición, lo hacían inconfundible.”
La ironía y el humor no suelen ser un juego gratuito. Por ello, quiero ponerme denso y pensar (inferir, dirían los lógicos), que en el fondo “El milagroso regreso” puede ser interpretado como una crítica al México contemporáneo, al México del fanatismo, de la negligencia ciudadana y del narco. Como les sucede a los pobladores de Santa Rita, con tal que el milagro perviva, estamos dispuestos a creer cualquier cosa —por más inverosímil, disparatada y sanguinaria que esta sea.
Los perros ladran de noche, de Daniel Dimeco, es un violento retrato del campo español al finalizar la Guerra Civil. Un niño es testigo de la llegada de una familia a su pueblo: una mujer con sus hijos, a quienes todos desprecian, pero quienes al mismo tiempo se han vuelto la comidilla del lugar. El narrador, por curiosidad, decide ir a espiar a estos niños nuevos y se da cuenta que por la noche cenan como cualquier familia. Por ello, ante su incredulidad, vuelve a casa de los recién llegados con tal de confirmar alguna de las cosas que se cuentan en el pueblo. Sin embargo, lo único que podrá comprobar es la violencia de los hombres, entre ellos su padre, ante el cuerpo de la madre de los niños a quien violan reiteradamente y a quien convierten en el objeto de deseo incluso para los mirones: “Entonces, para que Joaquín, tumbado en un rincón del vagón con la cremallera bajada y fumando, no se mofara de mí, yo empuñaba mi verga, cerraba los ojos y a toda velocidad acababa la faena, rogando que Dios se hubiera distraído por un momento”.
Dios no está con nosotros porque odia a los idiotas, de Miguel Ángel González, cuenta la historia de un hombre que ha ido a parar al manicomio a consecuencia de una muchacha: Miriam. El porqué de esta situación será el desenlace del cuento, mismo que a través de frases breves resaltan un ambiente caótico: “Tenía una belleza sencilla. Humilde. Era la chica más guapa de la ciudad, pero parecía como si ella no lo supiera porque aún no se lo había dicho nadie”. Aunado a lo anterior, se descubre en el loco a una persona que dentro de sus desajustes mentales retrata el mundo de una forma cínica y verdadera: “Lo realmente trascendental es conseguir, aunque sea durante un breve período de tiempo, sentirte la persona más poderosa y afortunada del planeta. El resto de los días de tu vida sencillamente están ahí para que puedas recordarlo”.
Enciso, José Luis et al(2012), Relatos 2012. XXVIII Concurso de Relatos Ciudad de Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza, España, 2012.